Permiso para delinquir

El silencio que tanto había buscado apareció hoy y se vino de frente contra mí. Como una amenaza.

  • Aquí estoy, parecía decirme, ¿qué vas a hacer conmigo ahora que me tienes?

Sé que en mi silencio interno hay un sinnúmero de ideas que no existen todavía, no se concretan. No afloran. Están en el partidor del cerebro, esperando el momento de lanzarse; cultivándose. Allí, en medio de la mudez quizás pueda identificar algunas, ayudarlas a escapar, pero en medio del sigilo también hay otras cosas: secretos que no deben salir a flote, miradas que se deberían evitar, decisiones que se hubieran podido tomar, explicaciones que no fueron dadas, consecuencias que no fueron asumidas. ¿Habrá una peligrosa doble vida cuando me acerco a mí mismo?

Aquí estoy, procrastinando. He dejado para otro día el apoyar el parto de ideas nuevas, porque para que tengan cabida, debo tener un campo desalojado donde aterricen; así que me encuentro a la espera de que yo mismo me apruebe un permiso para delinquir, con el que pueda exterminar algunas de las ideas que me acompañan. Al examinarlas hoy: ya no las comparto, las desconozco, me pesan, me estorban. Han comenzado a causarme alergias en el espíritu.

  • No está mal cambiar de opinión al respecto de algo que me ha acompañado por tantos años, me digo.
  • No esta mal, me contesto, no está mal. Esto no es como quitarse un peso de encima. En realidad, es quitárselo.

Todos los momentos que he vivido están contenidos dentro de mí. Así no los recuerde no dejaron de suceder. Para abrir espacio a momentos nuevos debo eliminar, a pesar de mí mismo, algunas ideas con las que ya no concuerdo. No puedo seguir dilatando el encuentro con la profundidad de mi ser malgastando el tiempo en traer al presente detalles que ya no puedo cambiar, ideas que dejaron de ser vigentes, historias que ya no son mi realidad. Solo espero concederme el permiso para delinquir, así aniquilaré tanto peso en la inconsciencia y dejaré libre el espacio a nuevas ideas que aún no nacen.

Tres microfragmentos II

  • Frontera

Herida incurable que se abre sobre la tierra, separando el corazón de los de aquí del alma de los de allá.

  • Limbo de almas suspendidas

¿A dónde van a dar las almas de los cuerpos que ya se han ido?

Hay tantas almas en el más allá buscando un cuerpo que las albergue y tantos cuerpos por aquí, que se han quedado sin alma, buscando una que les dé sentido a sus vidas.

  • ¿Cuál soledad?

No es la soledad que me embarga cuando estoy sola… la que me derrumba es la que me cubre cuando estás conmigo.

Compro olvidos

Llevo días buscando un recuerdo. Esto va en serio. Se me había traspapelado un recuerdo y entre más esfuerzos hacía por encontrarlo, más se escabullía. Tengo un sinnúmero de carpetas con documentos e información que solo a mí compete, así que, con impaciencia, por allí comencé mi búsqueda. No estaba.


Luego, procedí a revisar los libros de fotografías. Sí. Soy de la generación de las fotografías en físico. No lo encontré, pero al detallarlas llegaron otra cantidad de reminiscencias. Desfilaron tantos momentos… pero de aquel, del que estaba requiriendo una pista, no hubo muestras.


Continué con los cajones, atiborrados de objetos. ¿A dónde irán a parar esos restos cuando a nadie le interese lo que tengan para decir? Cuando ya no sean más que costuras rotas, sin hilvanar. Tantos pedacitos, tantos. Con cada uno de esos olvidos, relegados al cajón, iba descubriendo algo del pasado. Detalles esfumados, decolorados, como decolorado podría estar aquel que no encontraba, lanzado a una basurera, en medio de tantos papeles a medio escribir.

 
No afloraba el recuerdo exacto. No sé cómo lo fijé en la memoria. Se habían borrado sus huellas. Quizá las cosas no sucedieron como yo pensaba. Acaso solo las estaba evocando, a mi manera, de la forma como me parecía que habían acontecido. Posiblemente asumí que habían transcurrido como me las han contado, o será que, como las cosas no tienen voz audible, por más de que se hayan esforzado en referirme los pormenores que nos unen, no escuché. ¿Cómo se recuerda? ¿Va el recuerdo mediado por quién recuerda? ¿Entre lo que tengo en mi memoria y lo que sucedió, en la realidad, existirá una gran distancia? ¿Qué quedó en mi presente de todo eso que viví en el ayer? ¿Recuerdo o imagino? ¿Mantengo en mi memoria los recuerdos o me encuentro accidentalmente con ellos? ¿Será que realmente habré perdido aquellos que tanto sufrimiento me causaban? ¿Habrá olvidos selectivos? ¿Se van las reminiscencias tristes, para ocultarnos las penas, para quitarnos los cargos de conciencia? ¿Existe la posibilidad de que en la memoria colectiva se haya anclado una copia de seguridad de mis remembranzas?


Hay momentos en los que no concuerdan mis ideas acerca de qué hacer con los recuerdos: unas veces quisiera buscarlos y que predomine la memoria; otras tantas, abandonarlos, sepultarlos y que se imponga el olvido. A veces quisiera tatuarme a la brava algunos, a pesar de que causen tanto dolor y dejen en ruinas la conciencia. ¡Qué paradoja! En este momento no me prometo nada, pero si hubiera alguien que vendiera olvidos, hoy sería el primero en comprarlos.

¿Medio lleno o medio vacío?

Hay algunos que dicen que el mañana es un hoy que todavía no llega. Así, entre un ya vendrá, un ya casi, ahorita es, se empantanan tantas cosas del hoy, convencidos de que ya está llegando el mañana.

En el esperar pasivos, pacientes, hasta un poco indiferentes, pensando que todo pueda ser positivo, nos repetimos que es mejor ver el vaso medio lleno que medio vacío. Si el vaso medio lleno, que nos satisface, nos invita a pensar en cómo se ha llevado el vaso hasta ese nivel, en cómo repetir los éxitos alcanzados, o para entender que lo que haga falta puede ser una meta para trabajar al día siguiente, podría ser una buena motivación para esperar el mañana; pero a veces nos conformamos con el “medio lleno”, adormilándonos, sin hacernos preguntas que podrían darnos luces acerca de la conveniencia de seguir en la comodidad en la que estamos viviendo, o si deberíamos abandonar la rutina en la que nos vamos sumergiendo. Dándonos por satisfechos con cosas que están muy distantes de lo que realmente queremos alcanzar. En consecuencia, en esas circunstancias, con el vaso medio lleno nos resignamos.

¿Qué pasa si nos colocamos en la otra orilla?  A veces ubicarse del otro lado no es tan difícil como creemos. El fijarse en el que está “medio vacío” podría generar algunas preguntas interesantes e incluso motivadoras: ¿quién lo vació? ¿Qué puedo hacer para colmar lo que falta? ¿Realmente en este caso hubiera sido mejor dejarlo vacío? ¿Rellenarlo será lo correcto? ¿Solo soy feliz si termino aquello que empecé a pesar de que ya vislumbro que no voy para ninguna parte?

Pensando que vinimos a esta vida solo para ser felices, tratamos de ver en primera instancia, la parte positiva de las cosas, sin preocuparnos por otros factores. Luchamos por conseguir con insistencia lo que la vida moderna nos muestra: que todo puede lograrse. A través de las redes sociales, se ve la facilidad con que otros obtienen sus metas y, cuando no logramos las nuestras, no recibimos la tan esperada aprobación, nos vamos sumergiendo en un tinte amargo. No hacemos un alto en el camino para analizar posibilidades diferentes, otros universos, totalmente distintos. ¿Por qué pensar que la opción contraria a ser positivos en busca de la felicidad, nos expatria directamente a la orilla del pesimismo? Cierto pesimismo, como agente de cuestionamiento, podría ponernos de frente a encarar las cosas, donándonos un poco de observación, indagación y espíritu crítico.

Tanto el vaso medio lleno como el medio vacío tienen sus bondades. Ninguno de los dos tiene la totalidad de la verdad y fijarnos en uno solo de ellos nos dejará sin ver la otra cara de la moneda.

Cazador de sueños

Juego con la distancia y la mirilla,
recorro el espacio imaginario.
Elijo el objetivo.

Soy un cazador de sueños,
acomodo la distancia y la apertura.
Capturo.
Ajusto momentáneamente.
Me distraigo. Hay tanto por atrapar:
problemas – dulzura – tristeza,
dolor – alegría – regocijo.
Escojo.
No. Me corrijo. Creo que escojo.

Cierro los ojos para ver todo aquello que, con la vista clausurada, pueda verse.
Cierro los ojos para enfocar, como lo hago con los lentes de mi cámara.
Más cerrados, menos luz; menos luz, más nitidez.
¿Qué hay del otro lado de la oscuridad total?
Sueño – Imagino.
Veo.
Veo tanto como mi percepción sensorial me transmite. . .

Hay sueños que muy vívidos me persiguen.
Sueños hay también, que ahora están muertos.
Hoy no me basta el mar con sus empeños
y la niebla brutal es mi enemiga.
Tengo que seguir, el sueño es mío.

Pero no es solo soñar con lo que veo,
Con escuchar las voces
también sueño.
Para escucharlas a mí me basta el audio,
el audio que transmiten lenguas de aire.
Lenguas que solo yo escucho.
Nadie más puede escuchar palabras,
que solo fueron moduladas para mí.
No podrán escucharse. No.
Solo yo escucho.

De nuevo conjeturo. Dejo volar los sueños.
Pero ¿hay que decidirse por alguno?
Muchos sueños en la red, ¿por dónde empiezo?
No podré terminar si no imagino.
Y a pesar de que imagino,
no decido.
¡Qué se vayan a volar!
Hoy, no hay de otra.

Juego con la distancia y la mirilla,
recorro el espacio imaginario.
Elijo el objetivo.
Soy un cazador de sueños, sin su presa.

Zooilógico

Vampiro

– Sangre de mi sangre: es la frase ideal para describir mi linaje. Serán como yo, pensaba el vampiro. Había llegado el momento de ver parir a su pareja.

– Sangre de mi sangre, se repitió mientras recordaba que no sabía cuán contaminada estaba su sangre después de haber saciado su sed en tantos seres.

Dicho esto, reparó en que antes de aumentar su prole debió transfundir su sangre y dijo:

– una cosa es que sean sangre de mi propia sangre y otra diferente es jugar a la ruleta rusa con la genética, pero ya es demasiado tarde.

Mantis religiosa

– ¡Esas manos en posición de oración!

Pensó el macho mirando la hembra sobre una rama, dejándose atraer por los ojos saltones y la intención solapada.

– Tal vez sea un buen momento para poseerla y saltó sobre ella.

De inmediato la hembra dejó su máscara y una vez consumó el acto lo devoró sin conmiseración. Luego, adoptó nuevamente su actitud religiosa juntando las manos.

Rana

De una vez les digo: “no me vengan con el cuento ese de que si una princesa me besa me convierto en príncipe; después de que he visto cómo se comportan los seres humanos, prefiero seguir siendo un batracio”.

No. Así no

¿Quién te dijo que tu vida era lo que me faltaba para sentirme viva? ¡Tu vida! Asida a la mía con tiritas de papel y pegamento casero; unida con puntaditas de hilo color carne para que no se notara que estaba cosida. ¿Pensaste que, al tejer nuestras historias, a tu acomodo, se fortalecería también la historia mía? ¿No has notado que cuando mi urdimbre se reforzaba, tu trama mostraba su verdadera cara y mi biografía desaparecía?  

No. Así no requiero tu vida.

Tu vida… prisionera de tu no ser. Saliendo a flote en cada esquina, de manera socarrona, perturbada, abatida. Confundiéndome con tus fantasías. No preciso de ti cuando te encarnizas pretendiendo enseñarme cómo debería ser mi yo. No intentes modelar mi arcilla, ni hacer una falsa escultura con tus manos encubiertas.

No. Así no me aporta tu vida.

Ni que hablar de los relatos, de cómo atiborras pedazos de papel con el libreto de lo que debe ser mi existencia, novelándome a tu conveniencia. Te deshaces en lamentos cuando no tienes argumentos. Es tu yo, proyectado en mí, lo único que ansías.


No. Así no me contribuye tu vida.

Inmerso en noches de placer, solo a través de mi cuerpo encuentras las respuestas requeridas. No más. No más en nombre de un amor que me intoxica. No proyectes mi vida como tú te la imaginas. No soy una prolongación tuya. Te equivocas cuando piensas que a eso pueda llamarse compañía. No necesito que me diseñes, que me esboces, que me inventes. Para ser el yo que me represente, debo trabajar por una vida. La mía.

Epifanía de una errancia involuntaria

Hemos llevado al límite al hombre del campo. Hoy camina a su suerte, huyendo a través de las parcelas que han amamantado generaciones de hermanos, cuando todos cabíamos en un planeta. A la vuelta de las miradas se les ve correr con hatillos improvisados sobre las costillas. Con los hijos montados sobre las caderas, pegados a un pecho que no mana leche sino sangre. Debajo de lo que queda de un sombrero hay dos ojitos, no importa si son redondos, almendrados o rasgados. Debajo de otro sombrero raído se ve un rostro cansado, no importa el color, la paleta es inmensa. De tantas parcelas de nuestra geografía la huida es diaria. En tantas grietas del mundo pulula el hambre.


Hemos llevado al límite a miles de personas, del campo, de los pueblos, de las ciudades capitales, cuyo desacierto no es otro que estar situados en un lugar, llámese patria chica o solo patria, un lugar que creyeron propio y del que vinieron a apropiarse forasteros sin derecho. Hoy caminan kilómetros como sonámbulos, esperando despertar de la pesadilla que los ha envuelto. Miran al suelo, desconocen su reflejo. A pesar de que pareciera que su sombra tiene más carne que la que ellos arrastran con su tragedia, a pesar de esa mínima corporalidad, saben que la ausencia de cuerpo en su silueta es la misma carencia de cuerpo con la que caminan. Esqueletos forrados, contenedores de almas, arrastrando miseria. Conscientes de que hay una parte de sí que se les escapa. Aunque se saben dormidos, lloran en su destierro, por el destino que no conocen. Intuyen que solo serán jirones, andrajos, piltrafas, aquello con lo que la vida los arropará muy pronto. No necesitan agua para naufragar. Su vulnerabilidad desafía la lógica y los convierte en náufragos terrestres, asfixiados en tierra firme. ¡Si se pierde la patria cuando vivos, qué decir de sus muertos! Serán por siempre apátridas. Nunca habrá la posibilidad de recoger los restos de los que se quedaron atorados en el camino. Los epitafios quedaron escritos en sus propios cuerpos. El viaje debe seguir con el recuerdo de las miradas, con el eco de las palabras, con la ingravidez de los cuerpos que ya no están. Con el peso del dolor que se esparce en medio de la incomprensión de las razones por las que han tenido que iniciar la diáspora. Con la esperanza de una tierra que nadie les ha prometido, pero a la que esperan llegar para convivir en paz y a la que anhelan llamar nueva patria, ojalá de manera permanente.


Luchan por una patria que no es solo su patria. A ella, por extensión, pertenecemos todos. Todos estamos en el mismo camino. Compartimos un lugar que no es solo nuestra propiedad, todos cabemos en el planeta. Planeta que se revela con fenómenos que tienen nombres que poco habíamos oído antes: pandemia, tsunami. Palabras que hoy día son más familiares que el sentimiento de solidaridad que debería acompañarnos ahora y en todas partes. Producto de nuestros atropellos, el planeta se mece entre el verano contundente y el invierno salido de cauce. El infierno se ha rebosado tantas veces que habrá que pedirle perdón a Dante porque, incrédulos, creímos que había exagerado su canto, sin imaginar que aquello que el poeta había dibujado en su poema era un simple boceto del averno terrenal. El aire que respiramos está fuera de control y ese «olor a espanto» que antes se sentía tan lejos, por estos días se siente muy cerca. ¡Quién sabe si por ahora sea solo el planeta el que está exangüe y debilitado! Hacemos parte de un universo infinito. Si todo acto tiene su consecuencia ¿quién asegura que el resto del universo se salve?

Recuperemos el tiempo para la nostalgia

No estoy segura ni del lugar ni del año en que estábamos. Sé que fue en alguna etapa de mi vida reciente cuando mi madre mirándome a los ojos me dijo:

– Contémplame. Soy de las últimas sobrevivientes de una época en la que siempre podíamos experimentar lo que se sentía al evocar el pasado, no solamente recordar el pasado, sino ser conscientes de cómo habíamos sido parte de cada acto que realizábamos. ¿Por qué siempre estás haciendo tantas cosas al mismo tiempo? Hoy ya no pienso en que llegará el día en que no haya tiempo para sentir nostalgia, creo que ya esa hora ha llegado. Vivimos en una época en la que se acabó el tiempo para sentir y disfrutar de la nostalgia. No se vive el presente con detenimiento, lo que hace que después no se tengan plantadas las reminiscencias, como una fotografía en el alma, y así no se puede apelar de manera inequívoca a la memoria.

No creo que, en mi caso, en lo que concierne a la memoria y la nostalgia, todo haya sido tal como lo retrata mi madre. Me explico. Creo que, por lo menos, hubo una  parte de mi vida en la cual, sin mucha conciencia, disfrutaba el momento sin distraerme con otras actividades. De hecho, son los instantes a los que tengo anclada mi infancia, mi adolescencia y mi juventud, pero cuando empiezo a hablar de adultez, concuerdo con ella, la cosa va cambiando.

La nostalgia, dicen algunos, es lo que queda cuando ya el amor no está; lo que aflora al recordar con alegría el pasado mientras se piensa que no volverá o lo que se siente cuando se cree que es posible que aquello tan lejano se avecine. Es aquí en la adultez cuando surgen mis preguntas. ¿Cómo recordar el ayer, con detalles, si al momento de vivirlo coexistimos con tantos instantes que hacen que a futuro tengamos una amalgama de recuerdos, con fechas que no se pueden rescatar, ausencia de detalles de ese mundo en que cohabitamos, emociones que no recordamos haber sentido e incluso hechos que, para nosotros, sucedieron en un tiempo diferente al que otros recuerdan? Fue como adulta cuando comencé a vivir entre lo que inició siendo un murmullo y ahora es un bullicio inexorable, en donde la primera voz que se silenció fue la mía, para darle paso a tantos “tengo que hacer” y a una cantidad de cosas que, sin tener que ser realizadas hoy, voy colgando a mi lista de pendientes. Me volví adicta a mí y una juez implacable que revisa a diario el cumplimiento de mis tareas: cosas para organizar, para comprar, para cambiar, pero no para vivir. El día no alcanza. Es así como vamos deviniendo en zombis sin memoria al detalle, caminando entre la luz que nos ofrece el nuevo día y nuestras propias sombras. Esta versión de mí, en la que me he convertido, es incompleta. Tantas veces no estoy atenta a lo que hago por lo que después no recuerdo si realmente lo hice y lo olvidé o si no lo hice. Así las cosas, mi propia versión no se completa.

No hablo de que se pierda el norte, el norte sigue estando claro, lo que siento es que el relato de nuestra propia vida pasa de ser una historia a una novela, un cuento, un ensayo, para terminar siendo esa ficción o fantasía que construimos con los retazos de las remembranzas, que desenterramos de donde habían sido sepultadas antes de que les pasara por encima una reescritura, convirtiendo la vida en un palimpsesto en donde la última vivencia es la que recordamos, olvidando que ha sido escrita sobre las verdaderas historias de las que ya no nos acordamos. No digo que esto suceda siempre, pero es bastante frecuente que en la adultez no podamos evocar los detalles de cómo se llenaba de plenitud el corazón cuando el viento nos despeinaba, cuando el calor nos abarrotaba. El recuerdo de la lluvia, aquella alegría con la que regresábamos a casa, con temor a una reprimenda y con una cantidad de barro proporcional a lo que hubiéramos disfrutado, está en la memoria de la niñez.

A la velocidad en la que nos hemos visto envueltos, nos dedicamos no a gastar la vida sino a desgastarla, sin pensar, sin disfrutar, sucumbiendo al hastío del tener que hacer las mismas cosas, asumiendo la rutina; rutina en la que nos vamos sumergiendo por la falta de tiempo para contemplar otras posibilidades, para decidir si queremos ir de frente, si sería mejor devolvernos y tomar varias veces el mismo camino, luchando por mantenernos en el centro.

Las horas del reloj marcan las veinticuatro, pero a mí no me alcanzaron sino para hacer lo que se hace en veinte. Me levanto pensando que es lunes, que no ha despegado la semana, pero mi calendario muestra que el domingo pasó hace dos días. ¿En qué momento perdí un día? Más de lo mismo, de lo mismo, sin disfrute. Estamos en el último mes del año y todavía no nos hemos recuperado de las fiestas infantiles del fin de octubre. No hemos terminado de guardar en el armario la ropa de verano, que ya no usamos, y ya estamos sacando la de invierno. Para de correr, me digo, la vida es una sola y no creo que pueda recordarla sino paro de correr. La vida es lo que me queda cuando paro de correr. Esa es la vida. El afán, para todo, de manera desmedida y como hábito, muchas veces no lleva a ningún lugar y sí hace que tantas veces abortemos los proyectos antes de llegar al destino donde la jornada debería finalizar. Diferente este afán al del caso de aquella velocidad beneficiosa que le inyectamos a la vida con una finalidad consciente.

¿Cómo pedir el milagro de otro día si todavía no se ha vivido el de hoy, si muchas de las horas que marca el reloj, para nosotros han sido horas huecas, no vividas?

Ahora es de noche y siento que el tiempo corre más lento, pero es el mismo tiempo. Antes, cuando escribía a mano sentía que disfrutaba las horas, incluso a veces percibía como si se hubiera detenido el tiempo. Ahora el computador, como otros medios electrónicos, exponencia la carrera, ni siquiera tengo que teclear todas las letras; el auto corrector me completa las palabras y así dando saltitos del teclado a la página a veces, ni siquiera alcanzo a leer todo lo que escribo. Debo llenarme de la ilusión de que lo que no termine hoy, mañana tiene una oportunidad. ¿Bajo qué condiciones “no dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy” tiene validez? ¿Por qué ponerle otra meta a mi día? No puedo seguir en la angustia de coleccionar una lista de cosas no terminadas al llegar la noche y sucumbir a la ansiedad por el incumplimiento de mis obligaciones.

Añoranza, remembranzas que nos den cabida a la nostalgia, que permitan que la biografía sea escrita por nosotros, con la velocidad contenida, conscientes de cada acto, sin saltarnos las emociones, seguros de que cuando el reloj deje de ser el dueño de nuestras vidas regresarán las horas para la contemplación, el ensimismamiento y la reflexión y ganaremos nuevamente el derecho sobre nuestro propio tiempo.

Vengo del después

Vengo del futuro y allí no te encontré; no te descubrí, pero hallé tu recuerdo. Fui a buscarte sin saber si habías llegado o si llegarías más tarde. Vengo del mañana a donde me encaminé sin conocer la ruta, sin tener un trayecto marcado.

Nuestra historia se lee hoy, hacia adelante; como una biografía inversa. Déjame seguir en tu presente, sumemos cicatrices. No quiero que haya otro tú, no quiero que en mi vida haya huellas de más nadie. Te hablo de algo que llaman amor. No deberías asombrarte. ¿Cuánta ternura se puede haber perdido en ese viaje? Tengo miedo del futuro, del día en que comenzaré a extrañarte. ¿Cómo viviré cuando me arrebaten el alma y los pedazos, lanzados al viento, no puedan articularse? No habrá verso que complete los espacios compartidos, los silencios deslumbrantes, las ventanas medio abiertas, las puertas medio cerradas, un corazón que no late soñando con encontrarte.

Jamás pensaría en adelantar un viaje hacia el olvido a manera de venganza. No quiero que el olvido opaque tu recuerdo. No es “el olvido que seremos” el que me preocupa; es el de hoy. Me niego a que seas, desde ya, olvido dentro de mí. Se ensombrecerían tantas cosas. Tendría que empezar a entrenarme en olvidar cómo será olvidarte. Se desvanecerían los hábitos de las tardes, el tiempo que compartimos, los libros que una vez leímos, pero a ti, a ti… me negaría a desdibujarte. Ahora que estoy de regreso te busco para que de mí te apiades. No adivino tus razones, pero tú muy bien las sabes. Me disfrazo de mí mismo para saber dónde hallarte, pero este disfraz no sirve. Necesito disfrazarme de ti para entender dónde te quedaste. Solo me queda suplicar que no desaparezca de mis manos la esperanza. Clausúrame, consúmeme, escóndeme en un nido de mentiras. Ven a vivir a mi rincón. Quiero impedirle el vuelo a esta bandada de recuerdos.

¿Cómo se deshace o se detiene el tiempo? Las implacables agujas del reloj siempre van hacia adelante. Despiadadas, inclementes, inexorables. ¿Cómo dejo de correr para no alcanzar el futuro, para evitar que me destruya tu no presencia y que mis manos queden vacías de esperanza? No hay oráculo que responda, ni amuleto con el que pueda salvarme. Si tú te vas, te llevas toda la senda por la que hemos andado; a mí me quedará lo que aún no hemos vivido, lo que nos falta por caminar. Conmigo se eternizará la vida sin ti.

¿Por qué no desapareciste antes de encontrarnos?

Vengo del futuro, de ese futuro que anda sin control esperando que lo alcancemos. No sé cómo será vivir allí, entre el no tenerte y el no poder olvidarte. Hoy sigo a tu lado a sabiendas de que el mañana me depara: las sombras de tu amor, la noche que no termina, la ansiedad por tu voz que no llega, el dolor del tiempo que ya no se comparte, un rostro que se difumina entre veladuras, una muerte anticipada por vivir en el vacío. Lo sé. A pesar de todo eso hoy elijo mantenerme en el presente, quedarme en la oscuridad de mi extravío, en el silencio fugaz de no escucharte, en la niebla invisible del destino, así después me arrope la certeza de tu ausencia y se haga infinita la espera, así después ya no pueda inventarte.