Me asomo

Un día el patio se llenó de hojas, pero no era otoño. No siempre que se caían las hojas era otoño. Miraba a través de la ventana, hacía frío. Quizá estaba empezando el invierno. El árbol estaba casi desnudo. Yo estaba cubierta, sin embargo, lo que tenía puesto no era suficiente para arroparme el alma. A mí me gustaba asomarme, asomarme a cualquier parte.

Hacía muchos años, me había asomado por primera vez. No recordaba los detalles. En esa ocasión después de estar cómoda en el único espacio que conocía, me asomé. Inicié mi vida por fuera de “mi burbuja”. Desde ese momento asomarme se convirtió en un vicio.

En muchas ocasiones me asomé a la vida de otros: para buscar el enemigo, para llenar la vacuidad, para desafiar el peligro, para aprender la palabra, para entender las razones, para habitar el espacio, para cortarme las alas, para contener la rabia, para perseguir las ideas, para llenarme de faltas.

Alguna vez, con esmero, me asomé a los ojos de él: para compartir los pecados, para mitigar el deseo, para besarnos en la cama, para perder el sentido, para saber si le hacía falta, para fumarnos las ganas, para purgarnos las almas.

Hace unos pocos días me asomé a mí misma. Era curioso. Era como si pudiera, desde afuera de mi cuerpo, entrar a través de mis ojos. Cogí con delicadeza mis párpados, los abrí un poco más de lo normal, con cuidado, con temor a no caber dentro de mí. Pero sí cupe. Era la primera vez que me zambullía verdaderamente en mi interior. Me asomé a mi historia. Fue difícil, la memoria fabrica fantasmas. Quise liberar algunos recuerdos, sumirlos en el olvido. No había chance, me vi desnuda. Le abrí la puerta a lo que ya no servía, a mucho de lo que me atormentaba y luego, con cuidado, tapié las ventanas para que no se escaparan algunas de aquellas cosas que ya no me acongojaban. A partir de ese día, me quedé conmigo misma. Hoy ya no busco un resquicio por donde asomarme.

Tres microfragmentos III

  • Diferencias

Me dijo que estaba buscando sueños para llenar tantas noches vacías; a mí, en cambio, me faltan noches donde alojar tantos sueños.

  • Indecisión

¿Qué hacer?                                                                                                                                                          

En el futuro sin ti quizás me muera. En el presente contigo ya estoy muerta.

•    Caníbal

Dime lo que comes y te diré si a eso me sabes.

Extraviarme

¡Tantos mundos imaginarios dentro de mi mundo mundano, tantos submundos!, a uno de esos es a dónde hoy quiero irme. En cada uno de ellos conviven tantas dislocaciones del mío. ¿Quién podría asegurar si eso que allí avizoro es real?  Quisiera irme a cualquier lado a dónde yo esté esperando por mí mismo, sin que la realidad me alcance, a dónde escoger con libertad así lo que escoja sea un naufragio.

Hoy no busco un destino a donde llegar con sextante, ni para arribar allí solo ni para compartir con nadie. No estoy buscando una ruta marcada, camino detrás de mis errores; hoy quiero romper con la rutina. Repetir la misma vía se me antoja angustiante. Solo persigo el vacío, sin lograr que una sordina apague esta misma pregunta repetida hasta el hartazgo, pues me carcome el cerebro sin saber qué contestarle. Hay un reloj dinamitando el mutismo con su tic y con su tac, pero no me dice nada. No me permite hallar un silencio a donde me pueda auscultar. Quiero oírme a mí solo, no quiero escuchar a nadie; quiero un espacio desierto para llenarlo con aire, a donde consiga ser mi propio espejismo.

Hoy solamente quisiera que a mí no me encuentre nadie, yo solo quiero extraviarme, y buscar una salida y luego esconder la entrada. Quisiera permanecer afuera, cuando la lluvia inunde las calles, cuando me alcance la noche sin que alguno me tropiece antes; que cuando quiera volver no descubra las pisadas, debiendo construirme de nuevo, o teniendo que inventarme.

Hoy, no persigo la lógica, ni que mis sesos estallen, ni saber si lo que pienso se parece a lo que existe. Quiero espantar todos los hábitos, acabar con lo de siempre, que se vuelva una aventura desconocer donde ando, que los fantasmas dormidos se despierten en mi cama. Quiero perder el sentido, que se me crucen las calles, y que en medio de ese ruido también se crucen los cables. Que no haya una palabra que logre identificarme. Que me llame como nunca, que mi nombre sea disímil al que siempre me ha nombrado; quiero perderme en la lucha, luchando por despistarme; encontrar un espacio propio que pueda ser mi refugio, cuando no busque un destino para compartir con alguien. Sigo soñando despierto, soñando con extraviarme.

Pequeña de cuatro décadas

Es posible que si pudieras expresar una frase completa me manifestarías:


Dices que no sabes lo que pienso, porque mi cerebro no se conecta con mi habla de la misma forma como sucede contigo, porque lo mío no es el don de la palabra. A ti, que tienes conexión entre tu cerebro y tu habla, que posees el don de la palabra, quisiera poder preguntarte: ¿conectas tu cerebro con tu alma?

Mírame. Conecta tus ojos con mi mirada. A diferencia tuya no puedo atender varias cosas al tiempo por eso, cuando coincidimos, tengo la suerte de enlazarme solo contigo. En mí no se genera un murmullo mientras me hablas, solo tu voz es la coordenada que sigo. Me es imposible completar la imagen que en mi mente se construye. La mayoría de las veces no puedo ponerla en palabras, pero tengo en mi corazón la ilusión de que cuando tu ser se acerca a mí, eres tú quien está a mi lado; tú, en cambio, puedes estar tranquila, puedes cambiar la palabra ilusión por la de certeza, soy yo la única que está a tu lado cuando nos acercamos.

Te sientes libre, ¿cómo y para qué? Libre soy yo que no tengo que adaptar mi comportamiento a lo que esperan de mí. Libre soy porque actúo acorde con lo que siento, porque actuar es darte un abrazo cuando me dedicas tu tiempo, es decir tu nombre con dificultad, es repetirlo tantas veces, intentarlo por diez años hasta que suene muy cerca a como lo dicen los demás, sin pensar en que hay errores cuando lo pronuncio, porque sé que existes en mí, aunque no sea capaz de nombrarte.

Tu realidad vive fuera de ti, la mía vive en mi interior, no tengo otra; nuestra realidad difiere desde el lugar en que cada una mira. Soy feliz porque vivo conmigo, desde aquí observo cómo es que tú vives contigo. Me regocijo en el silencio que me confirma que sobran tantas cosas, que algunos atesoran para después desecharlas cuando pasado el tiempo no saben qué hacer con ellas. Yo solo atesoro el tiempo, colecciono miradas, grabo silencios, suspiros, caricias de manos que se conectan conmigo. Yo trabajo, así no lo veas, en que no se pierda la conexión entre tu cerebro y mi alma para que puedas sentir que habitas en mí, así yo no sepa decirlo.

Más allá del abecedario

                                                                                                             Esto es entre tú y yo, no lo digas a nadie:

                                                                                                     en la vida vas a encontrar abismos y puentes,

                             dificultades, desesperación,

                                                entonces escribe,

                                                                        las palabras son lo único que tendrás cuando ya no haya nada.

                                                                                                              José Zuleta Ortiz, “Lo que no fue dicho”

Y así un día, cubierto con tu armadura de letras, desenfundaste las palabras y me disparaste con una de ellas. El disparo fue tan fuerte, tan certero, que me hirió dejándome marcada. Fue una sola palabra con su propio sentido, con su sonido, con su significado.

Desde antes de la época del disparo, desde siempre, he estado en la búsqueda de lo que puede estar contenido en las palabras, del misterio que hay en cada una de ellas. Hay en todas tanta fuerza, tanto en aquella que no tiene mordaza, como en la que agazapada surge con temor a ser censurada. En la que cuestiona, en la que se origina en el cerebro y luego viaja en el aire, sin ser vista, para penetrar en los oídos como una ráfaga; en aquella que a veces queda sonando por mucho tiempo sin que logremos atraparla, en las que desafían; o en otras que no logramos reconocer puesto que parecieran dichas en diferentes idiomas. Lo mismo sucede con la palabra escrita: con la que surge del vacío para convertirse en una herida sobre el papel, con la que al mismo tiempo de herir va sanando en la medida que va expresando; con las que producen placer o dolor, halago, confianza, satisfacción. Las que nos nutren, las que ofenden, las que mienten o deprimen, así su significado nos aproxime al desastre.

Dicho lo anterior, pensé que estaba lista para unirme al desafío de un colectivo argentino que busca “poner en palabras todo aquello que se quedó como un nudo en la garganta, como una trompada en el estómago”. Así que allí estaba, buscando las palabras apropiadas, en momentos donde no afloraban las palabras. Exploraba en mi interior. Sentía que me quedaba corta. ¿Qué son las palabras cuando el sentimiento te ahoga y no te permite comprender los sonidos? ¿Qué hacer cuando hay algo que te impide poner las emociones en palabras?, pensé. Luché por encontrarlas, si no podía pronunciarlas, por lo menos podría escribirlas. Me propuse entonces perseguir las letras hasta el punto a donde tendrían que llegar si la tierra era cuadrada, seguirlas hasta el final de los mares a donde comenzarían a caer como caerían los barcos de aquellos que no sabían que la tierra era redonda. Cerré los ojos, me apresuré a buscar el filo por donde iniciarían la caída y a fantasear con zambullirme en ese abismo que debería estar pleno de letras, un alfabeto completo que me permitiría construir palabras, segura de que allí habría tantas que me sobrarían algunas, pero no fue así. Pude ver unas pocas letras con las que era imposible construir alguna cosa con sentido. Fui consciente de que el juego no está en las letras, que no es posible construir con ellas palabras que se vuelvan frases cuando el sentimiento no aflora. La tierra es redonda, otra es la realidad. Hoy, he perdido el desafío, en esta ocasión no encontré las palabras, es posible que las haya desgastado cuando olvidé que su significancia no depende siempre de un diccionario.

Sublevación

No tiene nada de ilegal hablar o escribir de ti como lo hago. Aunque pienses que tanto tu opinión como tu actuar no coinciden con lo que expreso, no me retractaré. Debes saber que no tendré prudencia cuando hable de tu religión, tu filiación política, tus vicios, tus amores o tus adicciones. No hay falsedad en lo que manifiesto con respecto a ti. Nada de lo que he dado a conocer de tu vida, puede considerarse un delito.

No me sobra piedad para describirte, es cierto, como tampoco me he dejado llevar de la alevosía para nombrarte. Gracias a mí existes, dependes de mí. Entiéndelo, tu sombra camina conmigo.

No me digas lo que no harás, no me levantes la voz. En este fragmento tú eres mi personaje, yo te creé; soy yo quien de ti escribe y, aunque sé que no mantendremos esta relación por mucho tiempo, si no termino con tu vida  es porque, como tú muy bien lo sabes, hay en ti tanto de mí.

Diario

Enero de 2015:

Camino errante por la casa. La casa me sonríe. Haraganeo en un sofá, contemplo todo. Observo. Estoy un poco distraída, sin embargo, me siento capaz de identificar lo que veo; hasta le he puesto un cartelito mental a cada cosa que me rodea. Cartelito invisible para los demás, pero necesario para mí. Podría ser que algún día la vida pase corriendo y se ensañe conmigo, haciendo que el nombre de cada una de estas cosas se me olvide. De igual manera he estado dejando pistas de mi paso por la vida, para encontrarme; por si algún día tuviera que venir desde el futuro a buscarme. Dije: pistas para hallarme. Eso es lo que quiero, no dije trascendencia. Si me pierdo, puedo volver a buscar una señal.

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Mayo de 2018:

Hoy, sin razón especial, he recordado mis letreros. No sé porqué he pensado que es bueno revisarlos. Eso he hecho, me he detenido a examinarlos. Parece que aún están en el mismo lugar; tanto ellos como las cosas. Pareciera que nada hubiera cambiado de sitio. No obstante, no entiendo porque han dejado entrar una pequeña bruma en la casa que no me permite ver con claridad. Luego de inspeccionar encuentro que de algunos objetos recuerdo la figura, pero hay otros de los que tengo dudas.

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Marzo de 2020:

Hace unos días, no recuerdo si pocos o muchos, la neblina ha aumentado; tal vez no fueron días, fueron semanas, ¿pocas semanas o muchas? Bueno, quizás sería mejor decir que hace algún tiempo, aunque no estoy muy segura de cuánto. Hace un tiempo que los nombres de algunas piezas no me dicen nada. Me he quedado inmóvil esperando que el eco me devuelva una palabra. No ha habido eco. Los carteles siguen estando en su lugar, pero en ocasiones siento que el nombre escrito en el letrero no tiene relación con la figura que veo. Hay casos donde no hay nada que me traiga de nuevo el sonido o la imagen esperada.

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Junio de 2022:

Hoy, encontré que estoy llena de avisitos, estos parecen reales. Todas las partes de mi cuerpo tienen un nombre, hay unos que suenan de forma musical: clavícula; algunos tienen rima: rodillas y costillas. Los que más extrañeza me causan son los que, definitivamente, no me dicen nada: ojos, pie, boca, mano, nariz. Tengo una hermosa cadena de la que cuelga una placa. La reviso. Hay un nombre y un teléfono. Me veo extraña: toda vestida de negro, llena de rotulitos blancos. Me pregunto si me los habrán puesto porque, con el paso del tiempo, mis amigos y mi familia se han perdido en la nebulosa y no saben ni como me llamo ni a quien tienen enfrente.

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Julio de 2022:

¡Pobres todos! Me miran con extrañeza. No conozco las cosas que están allí. Veo personas cubiertas por un mar de niebla. Intento entender la razón de este silencio que se adueñó de mí. ¿Quiénes me rodean? Escribo desde un lugar en el que ya no estoy. Hay tantas cosas que quisiera contar pero yo misma no reconozco las huellas de mis pisadas. Suplico que no tengan problemas para reconocerme. ¿Quién soy yo y quién eres tú ahora?

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Agosto de 2022:

Arroccato

@paviapedrazaphotos

En el 2016 un fenómeno natural se encargó de desmontar, de la meseta, al pueblo medioeval de Castelluccio di Norcia. Parte del desastre, quizás la gran mayoría, permaneció sobre el monte; mientras algunos residuos rodaron por la montaña. Restos, pedazos, despojos, bloques llenos de aristas con bordes filosos causados por el desplome. Lo que quedó de las escaleras no llevaba a ningún destino. Las casas se arquearon por el medio o por cualquier lugar por donde una grieta las alcanzara, las que quedaron en pie temían por su futuro. Todavía hay flores en algunos balcones, pero por el buitrón de las chimeneas de las casas derruidas ya no escapa humo. La demolición sembró de horror la falda de la montaña que, antes de ese año y ahora, afortunadamente está sembrada de vida.

Después de recorrer una ruta llena de senderos entre Visso y nuestro destino, atrapados por un verano sin precedentes, llegamos al encuentro de la fioritura que emerge a través de toda la llanura. Allí, en alguna parte del paisaje, en medio de los montes Sibilinos, el Vettore como telón de fondo, levanta el vuelo fabricando nubes, dejándose lamer por un horizonte que lo alcanza con recato. Inmersos en ese momento el éxtasis agudiza la conciencia. Por un instante nos asalta la preocupación de que los sueños vayan a quedar ensartados en ese espléndido lugar donde se desovillan las nubes, aunque, de ser así, no importa. Todo en ese lugar, entre el valle y la roca que arropa la montaña, vale la pena.

Desde hace algunas semanas la uniformidad de los colores de la campiña se había roto por un sinfín de tonos. El espectro de tonalidades se extiende a lo largo de toda la llanura hasta las laderas, constituyéndose en un milagro cromático. La lenteja apenas florecida crece por doquier dejando ver muy pocos granos, similares a un lente. Entre los sembrados también se alza la maleza que vive en simbiosis con la lenteja y brota espontáneamente floreciendo día tras día, dando lugar a una explosión de colores, tejiendo un tapiz que espera ser atrapado en los lienzos de pintores impresionistas o esperando que, a falta de ellos, lleguen los fotógrafos con sus trípodes y sus ganas de inmortalizar, con sus cámaras, la campiña. En las sendas abundan violetas y tréboles, así como narcisos y margaritas que desparraman el blanco por toda la paleta. Del rojo, se encargan las amapolas; el aciano, entinta de azul cerúleo el panorama. Las acederas y la mostaza silvestre tiñen el valle de dorado. Las grandes extensiones de campo no están adornadas con un solo tono que se va degradando; el hechizo consiste en quedar atrapados por la mutación de tantos colores que varían de intensidad.

Detrás de la planicie un sembrado de trigo, de color pajizo, quizás castaño claro, espera a ser segado, no sin antes ser alimento de algunas aves. Donde termina el plantío un único árbol, de pie, sin una hoja. Sus delgadas ramas son testigos del paisaje, como también han sido testigo de vientos y tempestades. Tres fardos de heno, grandes, con el frente redondo, me distraen.  

Atardece, al fondo la roca calcárea del Vettore. Sobre su cara se proyectan sombras que semejan diferentes figuras, se simula una danza. Parece que la peña hubiera sido devastada o tallada por un hacha como si de madera se tratara. Con la luz de frente emergen de la roca tonos de marrón, desde el ocre hasta el castaño, que se mezclan con el gris y los matices blancos de la caliza. Cruza un águila el firmamento. Comienza a dormirse la tarde, la fioritura va perdiendo los colores, la luz se va apagando.

Renuncio a ser solo una parte

A tantas, que hoy ya no están y cuyos nombres no recuerdo,

a algunas que, sin ellas saberlo, aún siguen vivas.


Hoy he descubierto, dentro de mí, a esa persona que se debate entre el miedo que te tengo y el deseo que, a veces, me suscitas. Hoy por fin he contemplado la posibilidad de no rendirme ante la idea de “no hay futuro” y hacerle frente a este extravío.

Estoy hecha de pedacitos, pero soy un todo. No lo olvides. No intentes amar cada uno de mis fragmentos por separado. Ámame íntegra, cabal, completa, pues no puedo ni quiero fraccionarme. No puedo exilarme de mí por darte gusto. Mírame ¿no me ves entera?

Quiéreme como soy, no me atropelles. No puedo ser lo que no soy cuando te acercas. No aceptaré hacer cualquier cosa ni para liarte a mí, ni para vivir contigo. No me desmembraré por complacerte. Renuncio a ser solo una parte. Desprenderme de un pedazo de mí sería un suicidio. No alimento quimeras por lograrlo. Ser otro yo y ser yo, nunca será lo mismo. Aún no he logrado silenciar la voz que grita: renuncia, desvanécete, despójate, pero ya sé que quiero convertir esa voz en un murmullo.

Soy lo que soy y lo que no, ya lo dije una vez. Hoy lo repito. Pero soy lo que no soy si yo lo elijo. No transijo permutar mi alegría por la tuya. No podría dormirme por la noche, ni podría soñar durmiéndome contigo, mientras acepte que por ti dejaría de ser yo cuando estoy conmigo.

Coincidencia tardía

¿Cuántas veces un semáforo en rojo me había impedido cruzarme con ella? ¡Cuántos años viviendo en el mismo edificio, usando el mismo ascensor, subiendo por las mismas escaleras, compartiendo el mismo recibidor, traspasando las mismas puertas, sin habernos encontrado!

¿Cuántas veces apuré mi paso sin saber que ella, en el otro lado, desaceleraba el suyo? En muchas ocasiones me asomé a la calle desde la ventana. No la vi. Seguramente acababa de pasar, quién sabe si había abierto una sombrilla que no me permitía ver su rostro.

¡Cuántos almanaques se consumieron! ¡Cuántas hojas de árboles se cayeron!, mientras yo aquí, invidente; mientras ella allá, invisible.

Alguna vez escuché sonar el timbre de su puerta o quizás era el “ring” de un teléfono sin que nadie respondiera. Así se fue pasando el tiempo, pasó corriendo la existencia. Destejí las horas, nunca llegó. Me hirió la noche, e igual que en el ocaso de la vida se apagaron las luces. Todas las luces: las mías, las de la calle, las de ella.

Hoy, de forma inusitada, llegué tarde a nuestro edificio. A través del espejo del recibidor, la vi. Coincidencia tardía. Era más tarde que de costumbre. Hice como si no la viera. Subí. Me conformé con saber que cuando el timbre de su puerta o el de su teléfono fueran atendidos, ella estaría allí. Acepté que hoy, cuando ya no soy aquel que antes fui, podría contentarme con el semáforo en rojo de tantas ocasiones, con el coexistir en diferentes espacios, con el paso de los años sin haber conocido su figura.

Hay cosas que terminan llegando muy tarde, me dije. Entonces escogí sumergirme en la vida y su falta de coincidencia.