Hemos llevado al límite al hombre del campo. Hoy camina a su suerte, huyendo a través de las parcelas que han amamantado generaciones de hermanos, cuando todos cabíamos en un planeta. A la vuelta de las miradas se les ve correr con hatillos improvisados sobre las costillas. Con los hijos montados sobre las caderas, pegados a un pecho que no mana leche sino sangre. Debajo de lo que queda de un sombrero hay dos ojitos, no importa si son redondos, almendrados o rasgados. Debajo de otro sombrero raído se ve un rostro cansado, no importa el color, la paleta es inmensa. De tantas parcelas de nuestra geografía la huida es diaria. En tantas grietas del mundo pulula el hambre.
Hemos llevado al límite a miles de personas, del campo, de los pueblos, de las ciudades capitales, cuyo desacierto no es otro que estar situados en un lugar, llámese patria chica o solo patria, un lugar que creyeron propio y del que vinieron a apropiarse forasteros sin derecho. Hoy caminan kilómetros como sonámbulos, esperando despertar de la pesadilla que los ha envuelto. Miran al suelo, desconocen su reflejo. A pesar de que pareciera que su sombra tiene más carne que la que ellos arrastran con su tragedia, a pesar de esa mínima corporalidad, saben que la ausencia de cuerpo en su silueta es la misma carencia de cuerpo con la que caminan. Esqueletos forrados, contenedores de almas, arrastrando miseria. Conscientes de que hay una parte de sí que se les escapa. Aunque se saben dormidos, lloran en su destierro, por el destino que no conocen. Intuyen que solo serán jirones, andrajos, piltrafas, aquello con lo que la vida los arropará muy pronto. No necesitan agua para naufragar. Su vulnerabilidad desafía la lógica y los convierte en náufragos terrestres, asfixiados en tierra firme. ¡Si se pierde la patria cuando vivos, qué decir de sus muertos! Serán por siempre apátridas. Nunca habrá la posibilidad de recoger los restos de los que se quedaron atorados en el camino. Los epitafios quedaron escritos en sus propios cuerpos. El viaje debe seguir con el recuerdo de las miradas, con el eco de las palabras, con la ingravidez de los cuerpos que ya no están. Con el peso del dolor que se esparce en medio de la incomprensión de las razones por las que han tenido que iniciar la diáspora. Con la esperanza de una tierra que nadie les ha prometido, pero a la que esperan llegar para convivir en paz y a la que anhelan llamar nueva patria, ojalá de manera permanente.
Luchan por una patria que no es solo su patria. A ella, por extensión, pertenecemos todos. Todos estamos en el mismo camino. Compartimos un lugar que no es solo nuestra propiedad, todos cabemos en el planeta. Planeta que se revela con fenómenos que tienen nombres que poco habíamos oído antes: pandemia, tsunami. Palabras que hoy día son más familiares que el sentimiento de solidaridad que debería acompañarnos ahora y en todas partes. Producto de nuestros atropellos, el planeta se mece entre el verano contundente y el invierno salido de cauce. El infierno se ha rebosado tantas veces que habrá que pedirle perdón a Dante porque, incrédulos, creímos que había exagerado su canto, sin imaginar que aquello que el poeta había dibujado en su poema era un simple boceto del averno terrenal. El aire que respiramos está fuera de control y ese «olor a espanto» que antes se sentía tan lejos, por estos días se siente muy cerca. ¡Quién sabe si por ahora sea solo el planeta el que está exangüe y debilitado! Hacemos parte de un universo infinito. Si todo acto tiene su consecuencia ¿quién asegura que el resto del universo se salve?
Hermosísimo, conmovedor, real.
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Hoy nos ubicaste en la triste realidad que se vive en el mundo. Luchemos porque nuestra justicia, humildad y caridad jamás se incineren. Gracias por este maravilloso blog.
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Que verdad tan grande la que reflejas en este escrito. Las inequidades, el desprecio por la vida, todo eso hace que haya enriquecimiento a toda costa, sin pensar en el dolor que se está causando. A veces me pregunto si la rabia generalizada que hay contra el estamento, tiene peso
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Magistral y al mismo tiempo desgarradora realidad que toca nuestras fibras más íntimas y expresa aquello que quizá preferiríamos ignorar…
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Hermoso fragmento a nuestros campesinos. Gracias María T.
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María me gusto mucho este fragmento que nos invita a ser más sensibles, con mucha frecuencia se queda relegada en la parte de atrás de nuestros pensamientos esa cruel y triste realidad que afecta a tantas personas.
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es muy triste, nos ha tocado ver el deterioro , cada vez mas.
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Tú fragmento trata un tema importante y actual que nos duele con sensibilidad de nos toca
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Seguramente suene misántropo, pero, este dolor ajeno poco o nada nos mueve en realidad, solo de “dientes para afuera” la mayoría de las veces. “La gente es así” y lo irónico es que “la gente” somos todos. “Eso le tocó a los demás”, pero con una vuelta de moneda cualquiera pasa a ser de “los demás”.
Hagamos un propósito altruista de interesarnos genuinamente en contribuir a mejorar la situación de, al menos, un caído en desgracia.
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