De los pies, de manera especial, recuerdo algunas cosas: la importancia de pisar con pies de plomo, aquello de que quien baila como yo es porque tiene dos pies izquierdos, lo necesario de tener los pies sobre la tierra, o eso de que la razón por la que mis cosas no van bien es porque me levanto con el pie izquierdo; sin embargo hoy, cuando abro tu carta, tus palabras me ponen de frente a una lectura insospechada: “Amo tus pies”, decías, “los que sostienen tu vida; los que se esconden, de manera decorosa, impidiendo que los juzguen las miradas de quienes, de manera morbosa, quisieran sondear, escudriñar, hurgar lo que hay al fondo de tu existencia. Siempre tengo frente a mí tu rostro, ese rostro que a mí no se me olvida; pero tus pies, constantemente cubiertos, al estar condenados a vivir sin que sean vistos dependen, en muchos casos, de cómo surja ese recuerdo en la memoria. No me desvelan tu semblante ni tus manos. No pasan malas noches por mi mente cuando pienso en ti. Si alguna vez te añoro, acudo a donde preso estás en las imágenes retratadas, a donde siempre está tu cara en primer plano. En cambio, si me causa desvelo el que, por allí, en esas imágenes, tus pies jamás afloren”.
Y continuabas: “amo tu pie derecho, ese que a diario vibra al mismo compás de tu presencia, el que se agita con fuerza, sabiendo que es su deber marcar el paso. Ese que pones con firmeza al levantarte, el que le da seguridad a tu estructura intuyendo que estarás a salvo mientras él aguante. Pero también amo, de manera desmedida, tu pie izquierdo. Ese que, aunque no marca el compás, lucha por acercarse al ritmo con el que caminas por la vida; ese que se equivoca en la marcha, que no va en consonancia ni con tus palpitaciones ni con los redobles de tu existencia, sino que lentamente entra al desfile tratando de no desentonar con su par localizado a la derecha.
No puedo tocar tus pies mientras tengan su armadura, pero sé que, cuando te exilas de ti mismo en las mañanas, consciente estás de que mis pies se resisten a pisar la tierra si la huella de tus pies no se avecina.
Tus pies que, aunque a ti no te puedan sostener, se adelantan frente a mí para auxiliarme.
Tus pies, que se lastiman, pero siguen confiados en la lucha, porque saben que tu lucha y la mía son una misma.
Tus pies, que equivocan el camino, pero recalculan, confiados en que yo podré alcanzarte antes de que acabe el día.
Tus pies, que se aproximan a mí aun perdiendo el suelo y que caminan sin esfuerzo hasta aquello que yo llamo sin pudor: el cielo.
No me importa a dónde vas, solo quiero ir contigo, no es el camino que tu escojas lo que importa, a aquel lugar que tu elijas me le mido. No quiero que me besen ni otros labios ni los tuyos. Yo no busco otra opción, ya no me importa, no es una boca lo que reclamo en este viaje; son solo unos pies cómplices con los que pisar segura, unos pies que acompañen nuestras manos, unos pies que, seguros de lo andado, caminen con los míos todo este tránsito”.
Siempre que leo tus fragmentos, imagino la historia que hay detrás de ellos, ahora mismo estoy pensando, de quién serían esos pies?
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Yo quiero esos pies que me lleven al Cielo. Gracias por siempre hacerme soñar con tus palabras. 👏👏👏👏
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Lindo homenaje al amor, valiéndote de esos miembros inferiores tan olvidados en muchas ocasiones, pero tan indispensables hasta para el amor. Y, tienes toda la razón, los pies son mejor de a cuatro! Ni uno más, ni uno menos.
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Que lindo que escribes Mariate, me pones a pensar y pensar…, abrazo!!!
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Preciosa forma de describir el amor compañero que llega con la tranquilidad de la experiencia y que se vuelve cómplice de nuestros sueños!
Me encantó!!
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Quien mas que tu, que tienes con que pararte, aborda este tema del caminar por la vida. Muchas veces se piensa en el futuro y no disfrutamos ese caminar por la vida todos los días. Ese caminar con sus retos, obstáculos y cosas ricas que encontramos a diario, a veces sólo y ojalá bien acompañados
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